ALERTA, ESTÁ OCURRIENDO
Y llegaron las fiestas que dan la
bienvenida a un nuevo año, que en esta ocasión se han mostrado muy frías, como
corresponde en esta parte del ciclo de la naturaleza, y en consonancia con las
expectativas de miedo y dolor ante los contagios de la pandemia.
Mª Jesús y sus dos hijos han podido
estar juntos, de eso han disfrutado, de todo el tiempo que han acaparado para
estar en casa y tenerse entre ellos.
La madre ha hecho lo que ha podido
con lo que tenía, ha sido una cuestión de supervivencia. Los hijos han cambiado
sus rutinas, pero no están preocupados, están juntos.
La vida de la madre ha tenido muchos
altibajos, sin estabilidad laboral, haciendo malabares cada mes, aunque se lo
permitiesen no puede reducirse el horario para estar con sus hijos. Intenta que
cada instante que está con ellos sea maravilloso.
Ya no lucha por su propia vida
personal y profesional, lucha por sacar adelante a sus hijos.
Sobre ella pesa una losa, no tiene un alquiler estable.
Desde hace unos meses vive subalquilada, es la forma de poder hacer frente al pago. Piensa que va a poder superar esta etapa, está buscando otro trabajo. Llegará a poder alquilar un piso que les guste, que sea más alegre, como lo puede ser su vida familiar.
Hoy recibe una notificación… y se le ha venido el mundo abajo.
La propietaria del edificio ha conseguido una orden judicial para desahuciar a varios de los que viven en él.
No puede ser cierto, ella paga con
regularidad lo que le pidió el que le ofreció esta vivienda. Por qué no puede
contactar con él, no tiene medios para buscar otra salida, ni otro alquiler
parecido, ni quien le pueda ofrecer cobijo.
El perfecto orden en que se encuentra su hogar no indica que su futuro vaya a ser un desahucio.
Cómo les va a contar a sus hijos que
en una semana les echan a la calle.
No encuentra salida posible. Toda la noche en vela. No han servido de nada las privaciones que ha pasado. Ha llegado a pensar que no sirve para nada, que es una fracasada. Aparecen sentimientos de culpa, vergüenza, despecho, resentimiento social, y... profunda sensación de derrota.
Qué imagen de ella iba a tener el
colegio de sus hijos, y sus amigos del barrio.
Debe seguir luchando por sus hijos, no puede desesperarse. No sienten sus preocupaciones, miedos, incertidumbre ante la situación. Seguramente hay algún recurso que le ayude a superar esta situación.
No conoce otros casos, y nunca
hubiese imaginado lo que oye. Comprende que les puede pasar a ellos.
Gentes que han acabado con sus
pertenencias en la calle, que han tenido que acceder a un albergue, y esto en
la situación de alarma sanitaria.
Le es difícil pedir ayuda cuando se encuentra con “la cita previa” de los servicios sociales. Alguna vecina le facilita un teléfono de una red de vecinas y vecinos que se han organizado para ayudar y cuidar de los más vulnerables del barrio.
Ellas le gestionan la atención de
una organización que se preocupa por aquellos que pueden perder su vivienda, y
con ella su dignidad.
Supo que hoy era la fecha de ejecutar el desahucio, ni siquiera ha tenido la opción de encontrar un sitio donde sus hijos evitasen este desalojo forzoso, esta vulneración de su derecho a una vivienda familiar.
Van llegando grupos de jóvenes,
activistas contra los desahucios que han colocado una pancarta en la fachada,
“Paremos el desahucio de nuestros vecinos”, parece que custodian su portal.
Mª Jesús, no sale, distrae la
atención de sus hijos, que notan que algo importante está pasando.
Un murmullo crece, se acerca la propietaria, le acompaña una funcionaria, un cerrajero y un grupo de policía. El murmullo pasa a ser un griterío, cantos de consigna.
Se pasan momentos de angustia,
tensión y gritos cuando la policía entra en el edificio. En medio de la calle
se ha hecho un pequeño corro donde se negocia, se le pide a la propietaria que
paralice esta actuación, aunque sea de forma temporal.
Viene corriendo. No ha podido llegar antes, la trabajadora social trae una orden judicial por la que se paraliza el desahucio, hay menores y eso es un motivo para que a la familia de Mª Jesús se le retrase el desahucio.
Ella todavía no se ha enterado,
permanece en su vivienda rodeada de los brazos de sus hijos que algo malo se
temen, brazos que aprietan más su cuello cuando crece el bullicio y golpean la
puerta. Quiere retrasar ese momento pero va a abrir la puerta, con sus hijos
que no quieren separarse de ella. No comprende las voces satisfechas de la
gente, hasta que es capaz de entender que, hoy, no le echan de su casa!
Ha sido un invierno muy crudo, con vientos fríos y mucha nieve que ha colapsado la vida en la calle.
Acaban de llamar a Mª Jesús para
decirle que conceden a su familia un alquiler social.
Ella y sus hijos miran al cielo, líneas de grullas van en busca de su norte.
Autora: Alicia
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