MI MENÚ DE NOCHEVIEJA
Me levanto con una idea fija: preparar el menú con el que agasajar a
los comensales que se sentarán a mi mesa en la noche de fin de año. Quiero que
sea algo muy especial y que deje su sabor en el paladar todo el año, sobre todo
para borrar el sabor agridulce o amargo que quizá arrastre alguno de ellos. En primer lugar voy a poner como entrante una
sopa de cordialidad. Quiero que mis comensales perciban ese aroma desde el
momento que pasen el umbral de la puerta de mi casa. Una buena sopa entona
mucho, sobre todo al principio, y favorece que la calidez fluya en el ambiente. Se
prepara con un buen fondo de amabilidad, se le pueden añadir unos taquitos de buen humor y unas gotas de
sentido positivo: sienta muy bien especialmente a quienes llegan con el ánimo
caído y cansado y sé que esa noche alguno llegará así.
A continuación, he pensado preparar unos “montaditos”. Sobre un
elemento básico como es la buena intención (preferiblemente integral, que tiene
más fibra), se extiende una buena capa de solidaridad, que se pueda
paladear y sobre todo que se pueda
identificar bien; no sirve la solidaridad que se queda en una palabra bonita
pero etérea, vacía, sino la que se traduce en hechos concretos y reales, en
propósitos firmes que se puedan vivir a partir del 1 de enero.
Después se extiende una segunda capa de comprensión (en el mercado se
presenta de dos formas: como disposición de perdonar y olvidar agravios, y en forma inversa, como actitud de pedir
perdón por heridas causadas a otros). Es el mismo producto en dos
presentaciones distintas; las dos formas son igualmente sabrosas y facilitan la
digestión y un sueño tranquilo. He comprobado muchas veces que los problemas
digestivos y los trastornos del sueño tienen mucho que ver con conflictos no
resueltos y por eso quiero que mi menú ayude en este sentido.
En mis platos me gusta añadir una ensalada verde, una ensalada de
esperanza. Es verdad que hay hojas verdes que también tiene un cierto sabor
amargo y cuyo sabor no se corresponde con su aspecto, pero estoy segura de
que unas hojas de esperanza las
necesitamos todos para no sucumbir al recuerdo del año que hemos sufrido.
Pondré especial cuidado en escoger una ensalada verde atractiva a la vista y al
paladar.
Finalmente, se pueden adornar con un crujiente de agradecimiento por todo
lo bueno que el año 2020 nos ha dejado porque, contrariamente a lo que puede
parecer, en medio del rastro de dolor, sufrimiento y pérdida, también han
brillado las luces del sacrificio generoso y desinteresado de muchas personas
que nos han devuelto la credibilidad y la fe en la capacidad del ser humano. Yo,
desde luego, tengo mucho para agradecer, quizá por eso me gustan tanto las
preparaciones crujientes.
En mis montaditos, también
suelo añadir —es optativo y al gusto— una pizca de picardía fina para
añadir la nota divertida, teniendo en cuenta que esta vez no hay lugar para
cotillones y juergas en la calle hasta la madrugada, ni gritos, ni músicas, etc.
Conviene no pasarse porque un exceso podría desdibujar los sabores anteriores y
derivar en situaciones burdas y grotescas, y podría arruinar todo lo anterior.
Y todo bien regado con una botella de sensatez “gran reserva”. Como no
tiene alcohol no hay riesgo de ningún peligro por exceso así que no me voy a
preocupar si alguno se “pasa”. Es más: creo que a mis comensales les regalaré
una botella para que hagan uso de ella más adelante pues, ahora más que nunca
es necesaria la sensatez para encarar lo que viene.
Aunque es el menú para mi cena de Nochevieja, queda igualmente
apropiado para otras ocasiones, no importa el mes: para celebrar un
acontecimiento importante, para facilitar la resolución de una crisis, para
superar un mal momento, etc. Espero que mi cena contribuya a entrar en 2021 con
buen ánimo.
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