ARREPENTIMIENTO
Un hombre puede ser un barco con el casco de acero. Luego pasan los
años y se forman grietas. Por ella entra el agua de la nostalgia, contaminada
de soledad y el agua de la conciencia de haberse equivocado y la de no poder
poner remedio al error y esa agua que corroe tanto, la del arrepentimiento que
se siente y no se dice por miedo, por vergüenza. Y así el hombre, ya barco
agrietado, se irá a pique en cualquier momento.
Naciste para ser mi tormento y hasta mi última hora está envenenada por
el remordimiento de una falta que nunca me habría visto obligada a cometer si
tú no hubieras existido.
Ahora que lo impensable le había nublado la conciencia como una droga
que corriera por sus venas y había comprendido que iba a morir, no pensaba más
que en una cosa, que era extirpar de su alma el rencor que la envenenaba, se
figuraba que si, al fallecer estaba en paz con ella, también estaría en paz
consigo mismo.
Suelta, suéltame esa mano, que aún queda un último grano en el reloj de
mi vida. Suéltala, que si es verdad que un punto de contrición da a un alma la
salvación de toda una eternidad, yo, santo Dios, creo en tí; si es mi maldad
inaudita, tu piedad es infinita…¡Señor, ten piedad de mí!
Era ahora, al cabo, cuando ordenaba la sucesión de hechos, las
decisiones que había tomado sobre la marcha, fruto de la experiencia combinada
con el instinto. Decisiones que lo habían llevado hasta allí, pero que también
por caprichos del azar o errores de juicio, podrían haberlo convertido en uno
de los cadáveres desnudos a orillas del arroyo.
Miró hacia el campo de batalla, lúcido al fin. Comprendiendo por qué
había ocurrido de esa y no de otra forma. Entonces y sólo entonces, supo con
certeza, por qué había vencido.
ATRIBUCIONES
Un hombre puede ser un barco con el casco de acero. Luego pasan los años y se forman grietas. Por ella entra el agua de la nostalgia, contaminada de soledad y el agua de la conciencia de haberse equivocado y la de no poder poner remedio al error y esa agua que corroe tanto, la del arrepentimiento que se siente y no se dice por miedo, por vergüenza. Y así el hombre, ya barco agrietado, se irá a pique en cualquier momento. Patria, Fernando Aramburu.
Naciste para ser mi
tormento y hasta mi última hora está envenenada por el remordimiento de una falta
que nunca me habría visto obligada a cometer si tú no hubieras existido. Jane Eyre, Charlotte, Brontë.
Ahora que lo
impensable le había nublado la conciencia como una droga que corriera por sus
venas y había comprendido que iba a morir, no pensaba más que en una cosa, que
era extirpar de su alma el rencor que la envenenaba, se figuraba que si, al
fallecer estaba en paz con ella, también estaría en paz consigo mismo. El velo pintado, William Somerset Maughan.
Suelta, suéltame esa mano, que aún queda un último grano en el reloj de mi vida. Suéltala, que si es verdad que un punto de contrición da a un alma la salvación de toda una eternidad, yo, santo Dios, creo en ti; si es mi maldad inaudita, tu piedad es infinita…¡Señor, ten piedad de mí! Don Juan Tenorio, José de Zorrilla.
Era ahora, al cabo, cuando ordenaba la sucesión de hechos, las decisiones que había tomado sobre la marcha, fruto de la experiencia combinada con el instinto. Decisiones que lo habían llevado hasta allí, pero que también por caprichos del azar o errores de juicio, podrían haberlo convertido en uno de los cadáveres desnudos a orillas del arroyo.
Miró hacia el campo de
batalla, lúcido al fin. Comprendiendo por qué había ocurrido de esa y no de
otra forma. Entonces y sólo entonces, supo con certeza, por qué había vencido. Sidi, Arturo Pérez-Reverté
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